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CONVENTO RESIDENCIA DE MAYORES SAN JOSE DE LA MONTAÑA

El Convento Residencia de mayores San José de la Montaña presume de tener una destacable relevancia arquitectónica y religiosa. La totalidad de la edificación se alza sobre la Casa matriz de la Madre Petra (Ana José Pérez Florido), aclamada como hija preclara del Valle de Abdalajís y Fundadora de la Congregación de Madres Desamparados y San José de la Montaña. La Madre Petra fue beatificada por el Papa Juan Pablo II. El visitante podrá contemplar con todo lujo de detalles toda la instancia interior, donde los utensilios y los aposentos se encuentran en idéntico estado a como se crearon inicialmente. Cabe reseñar, como elemento no carente de curiosidad, que la creación de esta casa religiosa la realizó, en 1917, otra vallestera, la Madre Trinidad de San José, - Rafaela Conejo Muñoz - a la sazón Superiora General de la Congregación.

La Congregación Madres de Desamparados y San José de la Montaña fue una obra fundada por la Madre Petra de San José Pérez Florido, y nació con la connivencia divina la noche que celebra la venida del niño Jesús al mundo en 1880, siendo aseverada la divinidad de esta obra por el expreso mandamiento del Obispo de la Diócesis, que aseveró: "Hijas, habéis nacido con el Niño Jesús...". Desde el punto meramente material y jurídico, la Congregación se formaliza el 2 de febrero de 1881 en Vélez-Málaga. La autorización diocesana se produjo el 25 de diciembre de 1881, y el 21 de julio de 1891 se dictó el Decreto Pontificio de Alabanza.

El nombre que designa a la Congregación se asienta en la palabra "MADRES", mujeres religiosas, que atraídas por el mandamiento divino de la caridad cristiana, profesan por los desamparados el mismo amor natural que una madre tiene hacia un hijo. La Congregación está consagrada al Corazón de Jesús y la Virgen de los Desamparados, siendo patrocinada por San José y Santa Teresa de Jesús, y entregada su tutela al Arcángel San Rafael.

El propósito postrero de la Congregación es la gloria del Señor y el camino de la santidad que emprenden todas las Madres viviendo en la Iglesia el Camino que alumbra Cristo, una senda marcada por la caridad misericordiosa, de amor y entrega absolutos para satisfacer en la medida de sus posibilidades las necesidades y espirituales de los más desamparados, asumiendo públicamente los votos de Castidad, Pobreza y Obediencia, así como el respeto de estas Constituciones y del Directorio.

El amor llameante y absoluto del Corazón de Jesús alimenta la caridad misericordiosa de la Congregación, que sella una marca esencialmente cordial desde donde emana y dirige su acción apostólica. La Virgen María es sentida como Madre, y de quien se aprende el despojo de la propia voluntad para entregársela a Dios y su amor maternal. Devoción a San José, como valedor y faro de la Congregación, ejemplo de vida interior entregado fielmente a Jesus y María.

Las Madres de la Congregación dedican su vida a buscar la fe más profunda, que se ensancha y apuntala mediante el rezo obstinado e intenso. Sus votos de caridad las hacen estar disponibles para atender a los más desfavorecidos en cualquier lugar del mundo. Depositando una fe imperturbable, se vuelven fuertes ante la dificultad. No muestra miedo a la escasez, a la austeridad o la pobreza ni a las labores duras, pues el compartir su vida con los más humildes les permite gozar del amor de Cristo.

INFO ÚTIL DEL CENTRO RESIDENCIAL Y CENTRO DE MAYORES Y DE  DE DÍA "SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA.

  • Abierto 24 horas.

  • Contacto: 952 48 90 72 (Valle de Abdalajís).

  • Reseñas: 4,8* sobre 35 en Google.

  • A 21 minutos en coche de la Casa Rural en Álora Hacienda Los Olivos.

  • A 2 minutitos de aquí tienes un restaurante donde se come muy bien llamado Los Atanores.

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COMO LLEGAR AL CENTRO DE MAYORES DEL VALLE DE ABDALAJÍS

CONOCE MÁS SOBRE LA MADRE PETRA

VIDA Y OBRA.

Nace el 6 de diciembre de 1845, en el Valle de Abdalajís (Málaga). Fue bautizada con el nombre de Ana Josefa y fue la más joven de una prole compuesta por cinco hermanos. José Pérez Reina y Maria Florido González fueron sus padres, y la criaron en un sano ambiente familiar de inspiración cristiana.

Mediante las cartas y diarios que escribió, gracias a los testimonios que vertieron aquellos que la conocieron, y sobre todo, por la obra que legó, se torna evidente que estamos ante una mujer de sólida y subyugante personalidad: clarividente, de ágil razonamiento, perseverante, afectiva y emocional al tiempo que equilibrada, incapaz de quedar impasible ante el dolor de los demás, dotada de una jovial alegría... Todo este marco de carácter se fueron moldeando y evolucionando bajo la batuta del Espíritu Santo, al que abrió su alma desde muy joven.

Al alcanzar la pubertad, como cualquier adolescente, Ana Josefa se enamora de un apuesto mozo del poblado, José Mir, al que amará con muchísima fuerza, y con él terminó la relación en el momento en que Jesús, de un modo muy singular, se personó en su camino.

Con la firme determinación que guiaron todas sus acciones a lo largo de su vida, tuvo que gestionar la oposición de su padre ante su decisión de consagrar su vida a Jesús, por lo que en un primer momento volcó sus necesidades de ayudar al prójimo en su propio pueblo, dedicando una especial atención a los ancianos abandonados. En su vocación de entrega y ayuda a los demás tuvo el apoyo de otras mujeres de bien, tales como Josefita Muñoz Castillo, en un primer momento, y más adelante con Frasquita, Isabel Bravo Muñoz y Rafaela Conejo Muñoz. Con su apoyo pudo extender sus acciones de cuidado y caridad al vecino pueblo de Álora.

Ya tras el fallecimiento de su padre, en 1877, la senda hacia la Vida Religiosa quedó totalmente libre. Suya fue una frase que define completa y sucintamente su lema de vida: Señor, Vos sobre todas las cosas. Guiada por su orientador espiritual y confesor, entra en la Congregación de las Mercedarias de la Caridad, en 1878.

 

Meses más tardes, convencida de que no era la voluntad del señor que permaneciera allí, abandona a la Mercedarias. Inspirada por su entrega al Señor y por el profundo sentido de pertenencia a la Iglesia, expone ante D. Manuel Gomez Salazar, Obispo de Málaga, cuál es su situación, y este, con palabras reveladoras, pone fin a su desasosiego, abriéndole una puerta, que ella, haciendo gala de la humildad y sencillez que siempre la caracterizaron, cruzó de inmediato, y que no fue otra que hacer algo que nunca había siquiera pensado, que fue fundar una nueva Familia Religiosa en la Iglesia, las Madres de los Desamparados.

Las compañeras del Valle que entraron en un primer momento con ella en la Mercedarias -Frasquita, Isabel y Rafael- la siguen con determinación y las 3 serán, como Madre Petra, miembros de la semilla primigenia que dio lugar a la Congregación de las Madres de los Desamparados, obedeciendo a los nombres  Madre Magdalena de San José, Madre Natividad de San José y Madre Trinidad de San José.

La Madre Petra emprende su camino como Madre de Desamparados con la emisión de los Votos Temporales, en la Iglesia de San Bautista de Vélez Málaga, el 2 de febrero de 1881. La Consagración total a Cristo se lleva a cabo en la Casa de Ronda (Málaga), en el marco sin par de su hermosísima Iglesia, el 15 de octubre de 1892. Allí pronunciará unos votos acordes a su carácter decidido y sin fisuras: Señor, disponed de mí, a toda vuestra voluntad, a toda vuestra libertad…y como dueño absoluto y legítimo de todo mi ser. Haced que todo lo que haga se acepte a vuestros purísimos ojos; de otro modo no quiero vivir. 

El camino de entrega al Señor estuvo plagado de adversidad, injurias, intromisiones, persecuciones, soledades y al final de su vida, el sufrimiento de la falta grave de salud. A todos estos contratiempos hizo frente con admirable abnegación, entrega a la voluntad del Señor y sin perder siempre de vista la exquisita caridad que la condujo hasta el final de sus días.

Es asimismo admirable el delicado equilibrio que logró encontrar entre la acción apostólica y la contemplación, conjugando momentos de recogimiento y oración con otros más terrenales como ayudar a los ancianos y niños que sufrían por desamparo.

La muerte le llegó en una edad en la que aún tendría mucho que ofrecer, sin embargo, la entrega con la que se volcaba al ayudar al prójimo, las persecuciones que la persiguieron despertadas por intereses espurios y una grave enfermedad, hicieron que la muerte le llegará a los 60 años en Barcelona el 16 de Agosto de 1906.

El halo de santidad que rodeaba a Madre Petra así como las muchas buenas acciones que se realizaron debido a su intersección, fueron el motivo de que en 1932, en Barcelona se iniciara el Proceso Diocesano de Beatificación y Canonización. El 14 de junio de 1971 el Papa Pablo VI la declara ya venerable, en reconocimiento a sus virtudes heroicas. Ya más recientemente, el 16 de octubre de 1994, fue beatificada por su Santidad el Papa Juan Pablo II.

LOS RESTOS DE MADRE PETRA EN PUZOL.

Tras su muerte y ser homenajeada por muchos fieles, se le dio santa sepultura en el cementerio de Montjuich.

Sus restos mortales regresan al Santuario el 5 de noviembre de 1920, donde son venerados por una muchedumbre de fieles que la ven como una santa y a la cual le piden que interceda por ellos.

Su fama de santidad se extiende rápidamente, de modo que el 23 de febrero de 1932, se da comienzo en Barcelona, al Proceso Diocesano de Beatificación y Canonización.

Al inicio de la Guerra Civil, el 23 de julio de 1936, el Santuario fue parcialmente saqueado e incendiado, siendo expulsadas todas las Madres.

Una vez finalizada la guerra, en abril de 1939 las Madres regresan al Santuario, y es con desgarradora tristeza que descubren que los restos de Madre Petra habían desaparecido. Solo encontraron parte del ataúd quemado. Durante 45 años, la Congregación creyó que los restos de su Madre Fundadora se habían perdido para siempre.

El 19 de febrero de 1981, año en el que la Congregación celebraba sus primeros 100 años, se produce un hecho que cambiaría por completo el curso de los acontecimientos. Sor Soledad Diaz le dice a una religiosa de la Comunidad de Zaragoza que los restos de la Madre Petra no fueron pasto de las llamas, sino que fueron sustraídos del Santuario de Barcelona.

El 19 de febrero de 1981, año del Centenario de la Congregación, una religiosa, Sierva de Jesús, Sor Soledad Díaz, habla con una religiosa de nuestra Comunidad de Zaragoza y le dice que los restos de Madre Petra no fueron quemados, sino robados del Santuario de Barcelona.

Sor Soledad relata cómo en 1952, en Valencia, acude a cuidar a un enfermo de avanzada edad que rechazaba sus cuidados y la insultaba. La Madre, perseverante en su misión de cuidar al enfermo, consigue que el hombre cese en sus hostilidades y acepte ser cuidado por ella. Este le confidenciaria que era un Masón, y que la Logia le había enviado en una misión a Barcelona, en 1936, con el fin de hacer desaparecer los restos de Madre Petra, tal era el grado de rechazo que había suscitado entre los masones el grado de santidad que había adquirido Madre Petra tras su muerte. Sin embargo, lo lógico, que era hacer desaparecer los restos, no se produjo, sino que trasladaron la osamenta y la enterraron en un campo de Puzol, Valencia. El hombre, arrepentido de sus acciones, se arrepintió piadosamente con su confesor, y murió reconciliado con Dios y la Iglesia.

La Madre Superiora y su Consejo notifican este relato al Sr. Arzobispo, el cual crea un tribunal eclesiástico que sería el responsable de aclarar la verdad de los hechos.

Dos años y medios demoró el Tribunal en llegar a la certeza de que los restos de Madre Petra se hallaban efectivamente enterrados en un campo de Puzol, gracias a testigos, incluso oculares, de los hechos.

No fue fácil, pero finalmente, el 25 de abril de 1983, la Congregación consiguió comprar el campo donde supuestamente yacerían los restos de Madre Petra.

Una vez adquirida la propiedad del campo, se fija el 15 de julio de 1983 para realizar los trabajos de exhumación, que se iniciaron a las 19:19 horas de la tarde, en presencia del Sr. Arzobispo de Valencia, de su Secretario, D. Agustín Cortés; de los miembros del Tribunal Eclesiástico; de la Madre General y su Consejo; de los médicos D. Gabriel Soler y D. José Luis Donderis, y del Notario civil de Puzol, D. Virgilio Luis Ruiz Martínez. Durante las horas siguientes fueron aflorando los distintos huesos, hasta recuperar la práctica totalidad de ellos, siendo la marca identificativa dejada por los raptores, una lámina de latón, la que permitió aseverar que se hallaban en presencia de los restos de la Madre Petra.

Los huesos exhumados fueron envueltos en un blanco lienzo de lino, fueron depositados en un arcón, y se llevaron a Valencia. En los días siguientes, médicos y miembros del Tribunal eclesiastico trabajaron, apoyados por el grupo de Madres, en la limpieza, estudio y conservación de los restos.

El 20 de marzo de 1984 se entregó en Roma al carmelita P. Simeón de la Sagrada Familia, promotor de la causa de beatificación, el dossier completo con todas las declaraciones, estudios médicos y fotografías.

El Sr. Arzobispo de Valencia solicita a la Congregación para las Causas de los Santos" que declarara que los restos hallados eran efectivamente los de la Madre Petra. También cursó la petición de autorización para poder inhumar los restos en la Casa Generalicia, lo que fue autorizado por el Cardenal de Barcelona, Monseñor Narcis Jubany.

El proceso de reconocimiento de los restos alcanza su máximas certificación, cuando el Cardenal Palazzini, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, firmó el documento en el que se reconocía que los restos hallados pertenecían a la Venerable Madre Petra de San Jose Perez Florido.

En la solemnidad de Pentecostés, el 10 de junio de 1984, se llevó a cabo la ceremonia por la cual se inhumaron los restos de la Madre Petra, así como una misa de Gracias, presidida por el Arzobispo de Valencia, D. Miguel Roca Cabanellas y concelebrada por 30 presbíteros, entre los cuales estaban aquellos que formaron parte del Tribunal Eclesiastico que inicio el proceso que desembocaria en el reconocimiento de los restos de la Madre Petra.

 

Estos gozan del descanso eterno en el Camarín de la Iglesia de San José de la Montaña, desde donde sigue iluminando, inspirando e intercediendo por todos aquellos que procuran el cobijo del manto protector del Santísimo Señor. Aunque de momento aún no se ha podido llevar a cabo, las Madres de la Congregación no dudan que con la ayuda de San José de la Montaña y de la propia Madre Petra, lograrán por fin alzar una Capilla en el lugar donde se exhumaron los restos de la Madre Fundadora.

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