Cosas que ver y hacer en Álora

La sublevación de los moriscos (1568-1571) fue un fenómeno rebelde acecido durante el reinado de Felipe II en las provincias de Granada y Málaga, por el cual los árabes que habían permanecido en territorio reconquistado, se alzaron contra el edicto Pragmática Antimorisca promulgada por Junta de Teólogos de Madrid de 1566, por la cual se perseguía eliminar  todo rastro de  expresión cultural, religiosa, costumbrista o tradición asociado al Islam, lo que de facto, obligada a todo musulmán poco menos que a convertirse al cristianismo.

En el caso de Álora, las crónicas relatan cómo Abeen Aboo (Diego López), que era un morisco español de familia principal, envió a su hermano Galipe con 200 escopeteros a la Sierra de Ronda con la misión de estimular los alzamientos moriscos que se habían producido, e incitar a que se volvieran a levantar los que se habían rendido, dándoles a entender que esperaban refuerzos de los corsarios otomanos que había desembarcado en Berbería (zona situada al Norte de África). Sin embargo, ambos ignoraban que Arévalo de Zuazo, corregidor de Málaga, tuvo conocimiento de esta maniobra y puso en guardia a todos los destacamentos, principalmente aquellos por donde se intuía que los moriscos avanzarían en dirección a la Serranía de Ronda. Quiso la fortuna que el guía de Galipe y sus huestes muriera durante el camino, de tal modo que capturaron a un vecino de Almogía, que les prometió que sabría llevarlos hasta Sierra Bermeja. Pero el vecino no hizo tal, si no que  los encaminó hacia el pueblo de Álora, de manera que los moriscos quedaron acorralados entre los aloreños y otras gentes que el Corregidor de Málaga había puesto en la pista de Galipe, que fue capturado y al que dio muerte Mélchor López. De todos los escopeteros moriscos que sobrevivieron, no más de veinte, doce de ellos fueron vendidos como esclavos moriscos y con su venta se financió el alzamiento de la Iglesia de Veracruz. Por su parte, Abeen Aboo encontraría la muerte de mano de su propia tropa de Monfíes, concretamente de la mano del célebre bandolero Gonzalo El Seniz, mientras huidos, se escondían en las cuevas de la Alpujarra.